Ver mapa más grande
Llovía a cantaros cuando llegamos a Pangandaran y nos montamos en un bici-taxi en el que apenas cabíamos los dos, y encima con las mochilas. Nos calamos hasta los huesos pero en compensación encontramos un buen alojamiento, limpio y muy económico. Éramos los únicos huéspedes del guesthouse, y pronto nos dimos cuenta que de los pocos de la ciudad.
Era extraño pasear por un lugar atiborrado de hoteles y que no hubiese prácticamente nadie por la calle, como una ciudad fantasma, no sabemos muy bien si por que era temporada baja (o bajísima) o porque el lugar, antaño muy popular en Java para los surfistas, todavía no se ha recuperado del golpe asestado por el último tsunami en 2006, que causo la muerte de 60 personas y del cual aún pueden verse las secuelas.
El lugar en si tiene poco encanto, por no decir ninguno, las playas no son buenas y están bastante sucias, pero sin embargo, ante tanta oferta hotelera y tan poca demanda, ha sido una buena y barata base para explorar los parques nacionales de alrededor, que una vez mas, nos han quedado boquiabiertos.
Fuimos con la intención de no contratar guía para ver el Pangandaran Taman Nasional Park, pero tras dar un par de vueltas nos dimos cuenta que los senderos no podríamos recorrerlos nosotros solos, ya que estaban difusos y había bastantes posibilidades de perdernos en la jungla, por lo que nos fuimos a la playa y comenzamos a regatear hasta que sacamos un guía para nosotros solos a buen precio.
El camino estaba embarrado y resbaladizo por las lluvias del día anterior pero fue fantástico recorrer aquellos senderos, conocer las infinita cantidad de posibilidades medicinales y de uso cotidiano que tienen cada una de las plantas gracias a nuestro guía y acabar apareciendo en un lugar tan increíble. El sendero se convirtió en río y comenzamos a bajar por el, caminando por el agua que discurría por roca volcánica hasta que llegamos al borde de una cascada que desembocaba en un bravo mar. La parte superior de la cascada era una poza de agua fría ideal para refrescarse, ya que literalmente sudamos a chorros. Era la piscina perfecta, con unas vistas sublimes del mar, del fuerte oleaje rompiendo contra las rocas, y pasamos un buen rato bañándonos con nuestro guía allí antes de proseguir.
Continuamos por otro sendero durante mas de una hora, bajando desde la cascada hacia la playa y finalmente llegamos a una desierta playa de arena blanca realmente bonita y atiborrada de monos a la espera de un descuido para robarnos así como enormes lagartos que andaban a sus anchas tras los árboles. Eso si el agua del mar estaba hirviendo, y un pequeño baño fue mas que suficiente antes de regresar.
Pero si el parque nacional nos gustó no iba a ser menos el famoso Cañón Verde de Batu Karas. Contratamos transporte y allí conocimos a Flo, una simpática francesa que llevab nueve meses viajando y que sería nuestra compañera en los siguientes días. La deseamos mucha suerte en su búsqueda de empleo en Australia. Visitamos en el pueblo una fabrica de azúcar moreno que extraían de los cocoteros y un taller de marionetas que estaba al lado y donde nos hicieron una improvisada representación que estuvo bastante graciosa.
Tuvimos que esperar un buen rato para poder coger el bote al cañón, ya que necesitábamos otras dos personas para llenar la barca. Después de una hora por fin aparecieron dos holandeses para compartir el viaje y comenzamos a remontar el río.
El lugar es de película, con enormes paredes verticales y cuevas de las que cuelgan grandes estalactitas. Una vez llegamos a una cascada donde el bote no podía seguir subiendo, nos dieron la posibilidad de lanzarnos con un chaleco salvavidas al río y bajar el tramo de los rápidos nadando a toda velocidad. Fue divertidísimo y paramos justo bajo una cascada para bañarnos debajo.
A la vuelta paramos en el pueblecito pesquero de Batu Karas, comimos en la playa donde había bastantes chavales aprendiendo a surfear y visitamos un centro de rehabilitación de tortugas que tampoco tenía mucha gracia y parecía mas bien un lugar donde entretener a los turistas y donde cómo siempre intentaron sacarnos algún “donativo”, y también como siempre, fracasaron. Salimos del pueblo por un puente colgante de bambu que parecía sacado de una peli. Al parecer tiene mucha importancia ya que te ahorra un buen paseo para ir del pueblo al mercado y cobran un peaje de 1000 rupias para cambiar el bambú cada tres meses.
Los siguientes días los pasamos de relax antes de dirigirnos a Bogor, última parada de nuestra aventura en Indonesia.
Pa mi que ese bambú lleva mas de 3 meses sin cambiarse. Un abrazo gordo
ResponderEliminar